domingo, 28 de diciembre de 2014

Mi caja.

Abro los ojos, el sudor corre deprisa por mi rostro, veo el perfil de una gota de transpiración caer por mi nariz hasta llegar a mis labios. Respiro profundo, el aire es espeso, húmedo... hay olor a humo, olor a encierro. Oscuridad, total y absoluta oscuridad. Busco algún rayo de luz pero no logro encontrar nada.
Estoy sola con mi cuerpo, que apenas siento. Empiezo a mover cada parte, para despertarlo. 
Primero las manos, las llevo a mi rostro y saco mi transpiración, toco mi nariz, mi boca, mis pómulos. Las separo de la cara y muevo mis dedos, uno por uno, acordándome de sus nombres.
Pulgar 
Indice 
Medio
Anular 
Meñique. 
Sí, todos están bien, sonrío para mi misma. Y claro no hay nadie más aquí. Ahora siguen mis piernas, las flexiono y las estiro una a su vez, con calma, nada me apura. Y luego repito el proceso con mis pies. Está todo en orden. 
Suspiro con calma, estoy intacta. Aunque no pueda verme, nada me duele, esa es buena señal. Me quiero sentar, apoyar mi espalda contra algo... me siento cansada, pero no sé cuanto he dormido. Comienzo a gatear para buscar algo en el espacio y descubro con solo unos cuantos "pasitos" que el espacio es reducido, toco una pared que al seguirla con mi mano me lleva a una esquina y luego a otra pared y así. Estoy encerrada entre cuatro paredes. Encerrada. 
Mi pulso comienza a acelerarse, comienzo a respirar con mayor rapidez, claustrofobia. Es que, no es el hecho de estar encerrada lo que me da pánico, es el hecho de saber que estoy encerrada. Si nunca me hubiese movido del lugar dónde desperté aún no sabría que estoy dentro de.... ¿una caja? ¡Sí! Me han metido en una caja. ¿Cuándo? ¿Por qué? 
Comienzo a sudar más y ya no es por el calor. ¿Y si me quedo sin aire? ¿Y el agua? ¿Y la comida? ¿Como sobrevivir a un encierro?
Sin pensarlo me coloco en posición fetal, mi posición contra el miedo y el pánico. Sigo respirando rápido y no logró calmarme. Cierro los ojos, es la misma oscuridad que tenerlos abiertos, pero al menos yo estoy decidiendo quedarme a oscuras. Y cierro los ojos con aún más fuerza mientras con mis manos junto mis rodillas a mi pera aún más fuerte.

Una pelota pica sobre mi pie y escucho la risa de una niña. Abro los ojos, luz. Los muros son bajos, y tanto las paredes como el suelo y el techo son de color gris plomo, pero hay luz. Devuelta la risa de una niña. Trato de incorporarme y lo logro, sentándome en canastita. Pero no hay niña alguna de dónde provenga esa risa.
Otra risa y comienzo a desesperarme. Y "pum" como una bomba aparece frente a mí. Una niña de rizos negros, sonrisa grande y cachetes gordos, morena como su madre. Y me reconozco, como si fuera que veo una foto. Soy yo. De niña.
-Hola Eva... vieja -dice entre risas mi yo pequeña. Estoy asombrada, las palabras no salen de mi boca, no logro entender lo que sucede. Veo que saca una pelota, su hermoso vestido esta arrugado a sus pies por estar sentada en el suelo, igual que yo. Comienza a jugar con su pelota, mi pelota, mientras la hace picar. -Bueno, al parecer de grande soy bastante tímida y callada. Que feo. Quisiera quedarme en mis hermosos 10 años, pero no puedo. Algún día seré como.... -me mira detenidamente, con asco. -...como vos. -y termina su frase. Recuerdo la sinceridad que lograba tener en cada uno de mis comentarios cuando era una niña. Que lastima que eso lo haya perdido con el tiempo. Aunque la verdad, me hirió con sus palabras.... o mejor dicho, me herí. 
-¿Qué... -quería preguntar algo, no sabía qué. Aunque ya estaba comprendiendo de que todo esto era un sueño... sí, sin dudas, un sueño.
-¿Te acuerdas de nuestra amiga Ludmila? Dí que sí por favor. -claro que la recordaba, como no recordarla si estuvo en mi escuela desde jardín. Terminamos odiándonos y eso si que no recuerdo el por qué. -Se ha ido, me ha tenido triste varios días ¿sabes? La he pasado llorando en mi habitación, y nuestra hermana, casi me saca los pelos para que se la deje... nadie me ha entendido. Mamá, me ha dicho que tengo dos opciones. Una, dejar que ella llame y la otra llamarla. Nuestra hermana, Caterina me recomendó que espere a que ella me llame. Pero no lo sé, mamá dice que las adolescentes son problemáticas. -me reí, se escuchaba como mi vida... y era mi vida. Simplemente que estas cosas ya no las tenía tan presentes y ahora se ha aparecido ante mi. Para hacerme acordar de Ludmila... ¿tendrá algo que ver con mi vieja amiga esta caja? Sacudí la cabeza y descarte esa opción, mientras escuchaba a mi pequeña yo. -Y adivina qué, después de unos largos cinco meses llamo. Yo estaba desbastada, se había olvidado de mi por cinco meses. Y yo de ella no. Le reclame que no me llamo para ir a jugar, como solíamos hacer.. ¿Y sabes que respondió? Que yo tampoco la llame para que ella me explicara porque se tuvo que mudar e irse de escuela. Y yo le dije que si era ella la que queria dar explicaciones, ella debería haber llamado. Era lo que me decía Caterina, ella le respondía eso a su amigos... pero Ludmila no lo entendió, se enojo y no sé como paso pero le dije que mi pelo era más lindo que el suyo y mi mamá mucho más buena -y ahora volvía a mi memoria esa conversación por teléfono con mi amiga de la infancia -No fue un buen final para tan linda amistad... Pero es lo que decidimos ¿no? -creo que sí, es lo que decidimos. No sé como lo decidí, yo la quería tanto. Pero recuerdo que quería darle un final, rápido sin demasiados rodeos. Y fue lo que hice con tan solo diez años, inconscientemente, un final.
Sin que me diera cuenta mi pequeña yo había desaparecido dejando a su paso un dulce aroma a duraznos... el perfume que solía ponerme mamá. Sonreí. ¿Qué era todo esto? ¿De qué se trataba? No lograba entender el por qué de la repentina visita de mi yo pequeña en esta misteriosa caja, y tampoco logre comprender como rápidamente después de esa visita mi pulso y mi respiración comenzaron a calmarse.
En una esquina de la habitación logre divisar un pequeño libro naranja, que tenía con mucha presencia en mis recuerdos. Así empezó y termino todo. Me acerque gateando, el techo era tan bajo que no podía pararme, ni siquiera andar en cuclillas. Tomé el libro entre mis manos y lo abrí, todas sus hojas estaban en blanco. Lo deje en su lugar.
Y como por arte de magia el libro creció, tomo mi tamaño (o el alto de la caja, mejor dicho) salieron unas pequeñas piernas y brazos de sus costados... ¿Esto era Alicia en el País de las Maravillas? Mi cuaderno tomaba vida y una boca se armaba en su tapa naranja.
-¿Así que Eva me está viendo asombrada? -exclamó con voz gruesa. -¡No puedo creerlo! ¡Al fin! -gritaba lleno de excitación y yo todavía no podía entender por qué. -¿Me recuerdas? Tu madre me compro para que escribieras esos cuentos que tenias atorados en la cabeza... querías seguir Letras ¿o no? Pero seguiste el estúpido comentario de tu padre... "Tu no eres buena para escribir. La medicina es lo tuyo" -dijo imitando a mi papá. Si, ese comentario marco mi destino. Con diecisiete años había dejado que un comentario marcara mi camino. La gran dra. Eva Guiriar, en vez de gran escritora. -Después de ese comentario dejaste de escribirme y lo poco que habías logrado transcribir en mis hermosas hojas fue desapareciendo con el paso del tiempo, llenándose de polvo. -suspiré. -Y luego tu padre murió viéndote como te recibías de Dra. ¿gran final para el Dr. Eduardo Guiriar? ¿Verdad? ¿Y tu final? ¿Deseabas ser una Dra reconocida por su padre? -negué con la cabeza mientras las lágrimas llenaban mis ojos. Horrible decisión, no seguir lo que me gustaba, sino lo que me marcaron. Cerré mis ojos y lloré en silencio por el sueño que no fue, por decisión propia.
Cuando abrí los ojos el libro ya no estaba. En su lugar estaba mi mamá. Mi mamá... ¿hace cuánto tiempo no le hablo?
-Eva -susurró, con ese tono tan maternal en su voz, tan particular. Con sus finas manos tomo mi rostro y me miró -Tienes ahora la edad que tenía yo cuando te tuve, 32. -sonreí, ella a los treinta y dos años había tenido dos hijas y yo... ninguna. -Hija. ¿Puedes perdonarme? -volví a sonreír con ironía. ¿Perdonarle qué? El hecho de que me haya mentido durante años sobre mi... identidad. -Hija, vos en algún momento serás madre ¿sabes? Y cuando los o las veas a los ojos querrás reflejar todo el amor que sentís por ellos o ellas... querrás que entiendan el dolor tan placentero de ser madre. Creerás, que las decisiones que tomas son las mejores, que eso ayudara. -me reí.
-Decime... ¿fue una buena decisión decirme a los veintinueve años, cuando murió papá, que él en realidad no era mi papá? Qué él sabía la verdad y aún así me había criado, y qué por eso era tan duro conmigo ... por qué quería que fuera lo que el deseaba. Una hija suya. Y estoy segura que aún así nunca cumplí sus expectativas. Y si hubiera sabido la verdad creo que no me hubiese esmerado tanto en cumplirlas. -estas cosas no se las dije a mi mamá, en realidad, simplemente deje de hablarle. No atendí más sus llamados. No le dí tiempo a hablar.
-Lo sé, me equivoque. No fue un buen final el que decidí, es más tampoco fue un final, sino un  comienzo para un nuevo problema. Pero el final que vos me estás queriendo dar ¿es el correcto? -dijo con lágrimas en los ojos. Y desapareció.
No me dio tiempo a abrazarla, a pedirle que no llore, que no la entendía pero la quería. Que era mi madre, que fue quien me tuvo, quien me crió. No me dio tiempo a hacerles preguntas, me dejo las palabras atragantadas en mi garganta.
La luz se apago, el desfile de recuerdos y problemas termino. Ahora existe uno solo.
¿Cómo hago para salir de esta caja? ¿Cuál será el final que le otorgaré a esta situación? ¿Será de esos finales que abren comienzos? ¿De los errados que te hacen arrepentirte? Mi gran karma, los finales.