jueves, 15 de agosto de 2013

Estoy un poco conmocionada y después de leer varias cosas, varios textos escritos desde el fondo del corazón de cada uno, algo se despertó en mi. Esas ganas de expresarme a través de la letras, como lo hago tantas veces, aunque hace varios días algo me impedía poder unir con sentido las palabras que iban saliendo. 
La tragedia en mi hermosa ciudad nos golpeó a todos de un modo u otro, a algunos directa (de la peor manera) y a otros indirecta, y sé que paso mucho tiempo y que es loco que recién ahora pueda hablar del tema, pero al decir verdad en el momento en que me entere todo lo que había pasado se me encontraron varias emociones, todas juntas, revolucionadas. 
La primera fue la indignación, la bronca de la falta de responsabilidad de los que dicen cuidarnos y gobernar para que "estemos  mejor", pero eso ya es conocido en mi porque es un sentimiento que se me produce siempre que recorro las calles de Rosario, no la Rosario turista (como dijeron varios compañeros, indignados por la misma situación) sino la Rosario abandonada y postergada, la Rosario que sufre día a día, en lo cotidiano. 
La segunda fue una profunda tristeza, que por esas irresponsabilidades muera tanta gente joven, muchos de edad de mi hermano, mis primos... y no fueron ellos de casualidad, por esas cosas de la vida. Una tristeza que me inundó por completo al imaginar los rostros de los familiares, sufriendo por la pérdida de aquella persona a quien quieren tanto. Me imagine el dolor, las lágrimas, los gritos, la bronca, la sed de justicia (porque esto merece justicia). Y ese dolor que imagine me llevo al mismo que sentimos con mi familia cuando murió mi primo, justo en medio se cumplía un mes más de su ida. Entonces ahí la tristeza clavó el puñal más a fondo, porque ese dolor me llegó tanto, por el hecho de que yo sufrí un dolor semejante. 
La tercera fue orgullo, orgullo de una ciudad que se levantaba de una catástrofe, que se mostraba firme ante el dolor, ante la muerte y la desesperanza. Mostró su fortaleza y se unió, (y si bien también me dio bronca que otras cosas que han pasado en la ciudad no han despertado esa parte tan hermosa de nuestros ciudadanos, una parte que debería existir no solamente en momentos trágicos como el que vivimos, sino también en lo cotidiano, en las pérdidas cotidianas, de aquella Rosario que he nombrado antes) 
Y la última fue esperanza, porque cada una de las historias que escuchaba me llegaron, y de nuevo más bronca y enojo por no poder ayudar (algo que me nace, siempre que veo al otro sufrir, como sé que les nace a tantos otros compañeros) no pude ir porque la salud no me lo permitía, pero juro que mi corazón estuvo permanentemente al lado de aquella gente... y la esperanza no se perdió hasta el último momento, y aún hoy sigue firme. 
¿Y por qué sigue firme? Porque vi que Rosario esta llena de gente que quiere, que necesita estar al lado de la gente que sufre y tal vez esto le abrió los ojos para darse cuenta que no puede vivir aislado en una burbuja, sino que tiene que ir ahí, a la calle, a acompañar, a ayudar... desde su lugar, ya sea una agrupación política, religiosa o solidaria, lo que sea, pero estar. 

Hoy después de muchos días de tanto reflexionar sobre lo efímera que es la vida, sobre las casualidades o las causalidades, sobre los milagros y las cosas inexplicables, puedo escribir de alguna manera la cantidad de emociones que me invadieron. Y hoy puedo escribirlo, y hoy puedo expresarlo, que es lo más hermoso que se puede hacer con lo que se siente.